Hace unos años un diputado palestino le dijo a este cronista en Ramallah que Hamas es “nuestro Tea Party, nuestra desgracia”. Aludía al grupo ultranacionalista del Partido Republicano norteamericano que contaminó con un extremismo religioso absurdo la política estadounidense y fue la base del actual Alt-right del trumpismo.
Pero el dirigente agregó algo más sobre cómo caracterizan a este incómodo enemigo interno. Dijo que Hamas, su dirigencia, “adora a Ala es cierto, pero muchas veces adora más al dólar”. Ese desprecio no ha hecho más que crecer en las dos orillas de este pueblo desde que el grupo fundamentalista tomó a mitad de la década del 2000 el control de la Franja de Gaza. Lo hizo claramente con la intención de copar todo el espacio, incluso provocando una guerra interna que se saldó con cientos de muertos.
Hamas detesta el laicismo y pragmatismo de sus primos de Ramallah que reconocieron a Israel y están abiertos al diálogo. La orga de Gaza, ni una cosa ni la otra porque entre otros aspectos va contra los intereses de Irán que necesita encendida la mecha de Oriente Medio.
Del otro lado le facturan a Hamas un estilo calculador y ventajero que muchas veces se ha unido a Israel para socavar las bases de la Autoridad Palestina, a la que frecuentemente obligó a exponer un apoyo incómodo a sus barbaries. Ese ha sido el status quo de este conflicto desde hace más de tres lustros. Pero esta sumatoria de engendros que han enredado la vida política de estos pueblos parecería haber alcanzado su fecha vencimiento.
Nada de lo que era es igual en el arenero de este conflicto crónico a partir del asalto del 7 de octubre sobre el sur de Israel con el enorme costo en vidas que generó. Tanto aquí como en la vereda palestina, la realidad está produciendo los cambios que los actores han sido renuentes en su momento a hacerlo.
Al borde de la disolución
Le sucede también a Hamas, que puede estar en el borde de su disolución y hasta llegó a pedir auxilio en Moscú, donde por toda respuesta le exigieron que comience por dejar en libertad a los rehenes.
Nadie tiene claro el sentido de la carnicería que ejecutó el grupo terrorista cuya trayectoria de violencia se movía con otros parámetros. Esa misión supuestamente buscó bloquear los acuerdos en marcha entre Israel y Arabia Saudita que preocupaban de modo eminente a Teherán, y repetir con rehenes el intento de liberar a miles de milicianos en las cárceles de este país.
Si esos eran los objetivos, la matanza innecesaria es posible que constate la decadencia del grupo y el alucinamiento de su liderazgo. En medio de la confusión mundial, incentivada por el arrasador bombardeo israelí a Gaza y la montaña de muertos inocentes que acumula esa operación, es importante observar que el ataque de Hamas violentó una vez más la histórica y justificada protesta y reclamo nacionalista de los palestinos. Hamas se abusa de esa contradicción irresuelta como lo ha hecho antes, aunque ahora cruzó una línea que reordena el cuadro.
EE.UU. y sus aliados han presionado al endeble y fanatizado gobierno del premier israelí Benjamín Netanyahu para que retroceda en su estrategia de los últimos largos años y reconozca la existencia del gobierno palestino como la alternativa para el día después de lo que suceda en Gaza.
Lo acaba de reiterar la Casa Blanca y horas antes el gobierno del francés Emanuel Macron, de visita aquí. “El siguiente paso es la solución de dos Estados”, sostienen. Pero es un proceso con dos caras.
Para los aliados del gobierno el ataque del 7 de octubre agigantaría la noción del peligro palestino aun más si se lo jerarquiza. La batalla exacerbada contra la jefatura de la ONU por reprochar el bombardeo indiscriminado en Gaza, es un indicador de la rigidez de algunos sectores de Ejecutivo israelí para comprender que la historia se basa en cambios.
El gobierno de Ramallah, asesorado por las potencias occidentales, se saltea aquella retórica intencionada y ha abierto puertas que pueden disparar un temblor político de magnitud histórica aupado en estos acontecimientos, posiblemente los más peligrosos desde el final de la Guerra Fría.
La condiciones de Abbas
Fuentes vinculadas a las discusiones en los pasillos de ambos gobiernos, dijeron a ese cronista que la Autoridad Palestina impuso una condición para jugar su rol: después de que Israel desaloje a Hamas debe dejar formalmente aclarado que “los territorios de Gaza y Cisjordania están destinados a un futuro Estado palestino”.
En otras circunstancias sería una condición sensata y previsible para una solución definitiva. Estaba incluso en los estatutos del acuerdo negociado con Arabia Saudita. “La propuesta de Abu Mazen (nombre de guerra de Mahmud Abbas, el presidente palestino) tiene mucho sentido, pero el liderazgo de Israel no estaría en situación de aceptar semejante condición”, dice una de esas fuentes. “En mi criterio continuará conduciendo el proceso cuyo destino es formalizar un Estado único binacional desde el Mediterráneo al Jordán con control judío y mayoría poblacional palestina”.
El planteo de Ramallah aceptaría que la seguridad del territorio quede en manos de Israel hasta que se den las condiciones que aseguren el control palestino de la Franja. Si el gobierno israelí aceptará eso hoy, se apagaría la amenaza libanesa de Hezbollah, de Siria o Yemen y del resto de la cofradía que regula Teherán.
El reconocimiento de un gobierno palestino, a cargo de su tierra y su pueblo, tiene un valor central en las masas de la región más allá de los intereses de sus dirigencias autocráticas que han usado esta crisis para amarrar a sus pueblos y contener sus demandas sociales.
Se trata nada menos que de reconocer la vigencia de la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU que declaró que los asentamientos de colonos israelíes en los territorios ocupados desde 1967 “carecen de validez legal” y “constituyen una violación flagrante del derecho internacional”. Este es el jarabe de ricino que sus aliados internacionales le proponen al liderazgo israelí para salir de esta trampa antes que se transforme en una emboscada.
EE.UU. está detrás de esta estrategia porque busca defender algo más amplio en su escenario. El gobierno de Joe Biden advierte que un desmadre aquí, que amplifique con otros actores el conflicto, pondría en peligro sus intereses inmediatos obligándolo a intervenir con el frente ucraniano aún abierto. En ese panorama aparece también Taiwan en el nivel superior de la agenda.
Matthew Kroenig, del Atlantic Council, ve ese extremo posible. “Si Irán y Hezbollah se involucran, Estados Unidos se sentirá obligado a responder. Y China vería entonces una oportunidad de intentar algo con Taiwán”,analiza. La incógnita es si Beijing observa con una agenda propia este conflicto y la instrumentación para sus intereses.
En otros momentos de debilidad de su rival occidental, como en la grave crisis económica de 2008, China no se aprovechó de la circunstancia pudiendo haber dañado significativamente a EE.UU. con la venta masiva de los bonos del Tesoro que acumula. China es el principal acreedor de Norteamérica.
Pero en esas épocas había otro gobierno en la República Popular, el de Hu Hintao, de más amplia mirada integradora hacia el mundo, y no existían las presiones actuales de una economía que no rinde como antes lo que atenaza al presidente Xi Jinping para mostrar logros nacionalistas relevantes.
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