El modelo S de Tesla.

El modelo S está de vuelta. Aparecido en 2012, el que dio a conocer al gran público a Tesla llevaba dos años fuera de catálogo, lo cual es bastante inusual para un fabricante. Llamado a volver a ser una figura decorativa, este automóvil ha sido diseñado para dar un paso adelante en términos de rendimiento, sofisticación, pero también precio, incluso si eso significa exagerar y arriesgarse a la banalización.

El nuevo Tesla no se ve afectado por las recientes rebajas de precio anunciadas por el fabricante. Es todo lo contrario; la gama parte de los 113.990 euros, es decir, 19.000 euros más que la primera generación y culmina desde los 138.900 euros con la versión Plaid, que se presenta como el coche de todos los superlativos. «El mejor coche del mundo», proclama el fabricante estadounidense, cuya modestia nunca ha sido el punto fuerte. El Model S combina revolviendo todos los ingredientes de lo que hace la cultura Tesla: virtuosismo tecnológico, un sentido de la innovación bastante asombroso, pero también una búsqueda a veces desconcertante de la originalidad. Añade una cierta propensión a caer en el absurdo.

Empecemos por lo absurdo. El Model S se ha comprometido a burlarse de los superdeportivos térmicas diseñadas por Bugatti, Ferrari, Lamborghini o Mercedes AMG. Coches mucho más caros, cuyas aceleraciones impresionan a los nuevos millonarios que no se detendrán ante nada para permitírselos. En su configuración Tartán (broma privada derivado de bolas espaciales, una película de parodia de culto de 1987 muy querida por los geeks californianos), entrega nada menos que 1.020 caballos de fuerza para una velocidad máxima de 322 kilómetros por hora. Este poder excesivo, exhibido como quien agita un sonajero, no es sólo una aberración y un buen negocio para los vendedores de neumáticos.

Sensación desagradable o incluso físicamente insoportable

Esta especie de carrera precipitada es como una concesión hecha a la doxa de las marcas de lujo tradicionales que presentan la fascinación que un automóvil puede ejercer sobre la cantidad de caballos que patean bajo el capó. Tesla, por tanto, no es un fabricante tan disruptivo como podría pensarse, y Elon Musk puede anunciar, con el pecho abultado, que ha conseguido empujar un yunque de 2,1 toneladas de 0 a 100 kilómetros por hora en tan solo 2,1 segundos. A menos que hayas soñado con convertirte en piloto de Rafale, la sensación de aceleración es completamente desagradable, incluso físicamente insoportable.

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Esta carrera por la potencia -y el peso- crea un riesgo de banalización, sobre todo porque con un motor eléctrico y una batería grande, alcanzar tal nivel de rendimiento en realidad no es tan complicado. La primera generación del Model S ya había apostado por rodar la mecánica, pero en menor medida. En esta ocasión se han puesto en marcha tres motores (uno en la parte delantera y dos en la parte trasera) y se han reforzado los ejes para tolerar el dantesco par entregado a las cuatro ruedas. Los 600 kilómetros de autonomía teórica suponen derretirse muy rápido si uno tiene el pie un poco pesado en el acelerador, y uno no debe plantearse ajustar uno mismo el nivel de recuperación de energía en deceleración, determinado de una vez por todas por el fabricante.

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